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13 feb 2011

Artheldor Renacido | Primera parte

La caída de Artheldor

“-Ja, Ja Ja, Ja- Simplemente era incapaz de parar de reír. La sensación de los espasmos de su diafragma provocaba en él tal placer, que resultaba ridículo. El calor del sol sobre su piel, ese astro que un día consideró de su propiedad, era algo que no había olvidado, y allí estaba de nuevo tantos siglos después. Ese era su destino, ser como el sol impasible y poderoso, y esta vez nada podría impedir que ocupara el lugar que le correspondía”.

Solo los archivos más antiguos de los Altos Elfos guardan memoria de la existencia del poderoso Reino de Artheldor. En los siglos que precedieron a su encuentro con los enanos, los Altos Elfos ya colonizaban grandes regiones del mundo. Poderosos príncipes regían estas colonias con sabiduría y su poder era inmenso, legendarios objetos de gran poder se forjaban en sus castillos.

Existió en esta época un príncipe que rivalizaba en magnificencia con sus hermanos de Ulthuan, su nombre era Artheldor. Anciano como el mundo su sabiduría era inigualable, guerrero poderoso y mago sin parangón, su arrogancia fue tal que se autodenominó rey de sus tierras a las que puso su propio nombre: El reino de Artheldor.

Este reino pronto prosperó, se crearon magníficos palacios, y la habilidad de sus artesanos no tenia parangón en su época. Desde su fortaleza, la Torre de Obsidiana, situada en las estribaciones más meridionales de las montañas de las Tierras del Sur, el monarca conquistó extensas regiones enfrentándose a razas ya olvidadas, y desde su trono de oro soñaba con tener todo el mundo a sus pies. Con este único objetivo en su mente urdió su plan. Para que su poder alcanzara los límites que había vislumbrado en sus dementes sueños crearía los objetos más poderosos jamás vistos. Para esto necesitaría un conocimiento que aún no había podido alcanzar, sin embargo sabía quien podría proporcionárselo.

En aquellos tiempos la maestría de la artesanía enana estaba en la cúspide de su desarrollo y el más grande de todos los herreros rúnicos era Drazek Runarroja. Artheldor sabía que este jamás compartiría sus secretos con él, pero no dudaba en que podría conseguir su propósito. Sus estudios le habían permitido controlar los elementos, jugar con las sombras de la tierra a su antojo, viajar distancias planetarias en pocas horas, pero sobretodo, controlar la voluntad de los seres vivos a su voluntad. La resistencia del enano sería férrea como el corazón de las montañas, pero el tiempo no sería un problema.

Tras varias décadas el ritual llegó a su fin, y la mente de Runarroja se mostró como un libro abierto ante Artheldor, todos sus secretos a su disposición. Sin embargo el alma del enano fue arrastrado a la disformidad y su cuerpo cayó muerto en lo mas profundo de su forja.

El rey se encerró en lo más profundo de las entrañas de su palacio. Durante más de un siglo nadie, salvo sus servidores, seres creados mediante las artes arcanas, estuvo en su presencia. Sus tierras, privadas de su atención, pronto decayeron siendo arrasadas por las luchas intestinas entre sus lugartenientes, su reino se dividió y sus gentes fueron arrastradas a una época oscura y plagada de peligros.

El fruto de sus décadas de retiro fueron 3 objetos de poder sin igual, La Coraza nocturna, El bastón del Ocaso y La Cuchilla del Alba, todos ellos unidos por la magia de la Corona que Artheldor portaba en su frente. Con ellos en su poder, reinaría sobre el día y la noche, sobre el propio mundo, que giraría a su antojo. Sin embargo el precio de se creación fue alto. Imponente y glorioso, la mera presencia del gran rey era suficiente para doblegar la voluntad del más fuerte de los seres que poblaban la tierra. Tras este titánico esfuerzo, su aspecto era el de un anciano ajado y encorvado, la propia esencia vital de Artheldor se encontraba unida a sus creaciones, sin embargo su poder con ellos en sus manos solo era superado por los propios Ancestrales.

Los actos del monarca no pasaron inadvertidos, el increíble poder puesto en marcha durante la creación de los objetos llamó la atención de los Ancestrales, los Magos Slann despertaron de su letargo para actuar bajo la voluntad de los creadores. Cuando Artheldor emergió de las mazmorras estos estaban esperándole.

La batalla que se desencadenó aun reverbera en los parajes de la disformidad. El horror y el poder desatados produjeron grandes tormentas en los vientos de magia. Las propias montañas se desplazaron y gran parte del reino terminó bajo las aguas de los océanos. Finalmente Artheldor cayó. Sin embargo su poder era mayor del que ni los propios Slann podían imaginar. Su cuerpo fue destruido, pero su espíritu no podía ser exiliado del mundo, atado al plano terrenal por los objetos que conservaban parte de su esencia. Las artes mágicas de estos grandes magos fueron empleadas en la destrucción de las creaciones del gran rey pero resultaron insuficientes, su alma fue encerrada bajo los más poderosos sellos arcanos. Entonces ocurrió un desastre que tendría consecuencias aun pasados los milenos. Tal fue la energía desatada por los Slann que ni ellos fueron capaces de controlarlas.

Los poderes de la ruina, los dioses del Caos, tampoco habían permanecido ciegos ante el poder de Artheldor. Sabedores de que el poder de este no podía ser derrotado sin grandes pérdidas permanecieron a la espera de su oportunidad, y esta no tardó en llegar. La descarga de poder desatada por los Slann sirvió de guía para las energías disformes que invadieron la realidad. Los grandes magos de Lustria, aturdidos y diezmados tras el desastre fueron cogidos por sorpresa, pero, aun así, lucharon con determinación. La Ruina salió finalmente victoriosa, sin embargo sus esfuerzos resultaron fútiles, los grandes objetos de poder nunca llegaron a estar realmente en su poder. En un ultimo esfuerzo titánico, que los obligó a permanecer aletargados durante milenios, los Slann los protegieron frente al viaje a la disformidad, ni en su poder ni en el de los dioses del Caos permanecieron entre dos mundos, inalcanzables pero nunca destruidos.

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